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Recuerdos, viajes y comida

El pasado fin de semana, nos visitaron de la CDMX, unos familiares con los que hacía tiempo no convivíamos.

 

Entre otros lugares turísticos que pidieron conocer, les interesaba visitar y recabar información del Fraccionamiento Oasis, en Valsequillo, ya que en este ahí hay unas cabañas Flotantes llamadas Cabañas Glamping.

 

Mi familiar pidió que viajáramos en su auto para que él recordara el camino. Al ocupar el asiento trasero de su auto, tuve la oportunidad de fijarme cuantos cambios hay en la ciudad, lo cual no se puede disfrutar cuando es uno el conductor.

 

Y puesto que para llegar a la Laguna de Valsequillo, es necesario cruzar el poblado de San Francisco Totimehuacán, al llegar a su plaza principal, fue en ese momento que empecé a recordar a mi abuelita Lupita.

 

Mi abuelita Guadalupe Rangél, mamá de mi mamá Bertha, tuvo una infancia muy dolorosa, ya que a la corta edad de 4 años quedó huérfana de padre y madre.

 

Al principio de su orfandad fue acogida por unos tíos, familiares de su padre. Pero como sucede en estos casos, llegó el momento en que ya no quisieron hacerse cargo de ella y la abandonaron en un orfanato.

 

Unos meses después, vino la Revolución y ese orfanato fue tomado como casa de campaña y todos los habitantes de ahí huyeron en varias direcciones y jamás se volvió a saber de ellos.

 

Me contaba mi abuelita Lupita una historia milagrosa que yo en su momento no le creí, pero que ahora no me parece tan inverosímil.

 

Me contó que “al salir huyendo del orfanato, una de las maestras nos tomó de la mano a cuatro niñas y a mí y nos encaminamos rumbo al pueblo mas cercano. Cuando estábamos entrando a la población, se percató la maestra que a unas calles venían a caballo unos revolucionarios.

 

“Mi maestra -prosiguió mi abuelita- nos dijo que empezaramos a rezar la oración que nos habían enseñado y, en esa oración, en una de sus partes, se pedía que “fuéramos invisibles para los de malas intenciones”.

 

Fue así, que la maestra y las cinco niñas, paradas en el quicio de una puerta, fueron invisibles para la leva.

 

Tiempo después mi abuelita Lupita conoció a mi abuelo Ricardo y se unió a él. Concibieron 9 hijos.

 

Recuerdo que mi abuelita Lupita, hacia mole poblano dos veces al año: cuando era el Día de la Madre y el 12 de diciembre, en su santo. Nunca celebramos su cumpleaños ya que no recordaba la fecha de su nacimiento.

 

Ella elaboraba el mole a la usanza antigua: tostaba los chiles, los cacahuates, agregaba el chocolate, el plátano macho, el pan dorado, y demás ingredientes, y en una cubeta, tomábamos rumbo al molino del mercado de El Parral y mientras tocaba nuestro turno, yo me comía el chocolate, el plátano y el pan tostado, ubicado en las calles de la 7 y 9 poniente, entre la 9 sur y la privada del mismo nombre.

 

Mi abuelita fue una abuelita de gran corazón, era sencilla y no exigía mucho; de sus 9 hijos, le toco enterrar a dos: a mi tía Alicia, la primogénita, y a mi tío David. David fue el hijo que más quiso a mi abuelita, cada vez que la visitaba, con mucho cariño de llamaba “jefecita”.

 

¿Qué tiene que ver mi abuelita con el poblado de San Francisco Totimehuacan? Pues que uno de sus pocos gustos que pedía se le cumpliera, era ir a comer carnitas y barbacoa a los puestos que en ese entonces se encontraban en el Jardín Principal, algunos de ustedes lo recordaran.

 

La salida a comer carnitas y barbacoa era una o dos veces al año. Y, desde luego que acompañaba sus carnitas con aguacate, salsa, nopales, chicharrón y tortillas de comal.

 

Aún recuerdo su carita de satisfacción al tomar sus tacos placeros y su agua de Jamaica, acompañada del abuelo, los 5 hijos restantes y yo, su primer nieto.

 

Abuelita Lupita, mis hermanos y yo, te seguimos recordando con mucho amor.

Ernesto Lievana

Viajero, amante de México, sus rincones y su comida.

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